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Imágenes generadas por IA: ¿creatividad, plagio o simple entretenimiento?

  • Diana Builes
  • 6 abr
  • 2 Min. de lectura

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La discusión sobre las imágenes creadas con inteligencia artificial ha escalado en los últimos días. Desde ilustraciones que emulan el estilo de Studio Ghibli hasta retratos de celebridades en escenarios ficticios, muchos usuarios exploran esta tecnología con fascinación, a veces sin medir las implicaciones éticas. Pero más allá del juicio moral, ¿no es también legítimo el deseo de divertirse, de imaginar mundos alternos o de crear belleza sin fines comerciales?


Muchas personas usan generadores de imágenes por curiosidad o como válvula de escape creativa. No buscan vender ni apropiarse del trabajo ajeno, sino experimentar. Como quien garabatea en un cuaderno, estos usuarios exploran un nuevo medio. Pero rápidamente se ven enfrentados a acusaciones de plagio o de contribuir a la "muerte del arte". Aquí es donde el debate se vuelve incómodo: ¿dónde trazamos la línea entre inspiración, homenaje y copia?


Lo curioso es que muchos de los críticos más duros también consumen sin culpa películas, música, libros y arte que —como toda cultura— beben de influencias pasadas. ¿Acaso no está basada la mayoría del entretenimiento actual en referencias, reciclajes, adaptaciones o reinterpretaciones? Esa doble moral puede resultar desgastante.


Además, estar vivos ya es contaminar. Seré horrible por decirlo pero es cierto: consumimos recursos, generamos desechos y dejamos huella. La tecnología no es ajena a eso, pero tampoco lo es la producción artística tradicional. La IA, como cualquier herramienta, tiene potencial para lo bueno y para el abuso.


El problema no está en la herramienta, sino en cómo la usamos y, sobre todo, en cómo la entendemos.


Es cierto que los artistas deben ser protegidos. Que el entrenamiento de modelos de IA con obras sin consentimiento es un tema serio. Pero también hay espacio para matices. Muchos usuarios no buscan competir con ilustradores ni robar estilos. Solo quieren jugar, imaginar o representar emociones que a veces ni siquiera saben cómo expresar con palabras.


En lugar de censurar o ridiculizar, podríamos abrir el diálogo sobre nuevas formas de creación. ¿Qué pasaría si en lugar de prohibir, enseñáramos? ¿Y si en vez de asumir mala intención, preguntáramos por qué ese estilo nos conmueve tanto?


La inteligencia artificial no vino a reemplazar el arte humano, sino a abrir nuevos caminos. El reto está en recorrerlos con conciencia, pero también con algo de alegría, creo que estamos tan plagados de malas noticias que se convierte en un escape saludable estar al lado de Totoro con la sabana de Bogotá de fondo. Y eso también está bien.

 
 
 

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